Es de noche, y cansado decido
tirarme a leer algo en mi cuarto. Miro varias posibles lecturas de diversos
tipos hasta que finalmente opto por una. Me preparo un té caliente. Prendo la
luz de la habitación, acomodo las almohadas y me acuesto con una pierna apoyada
sobre la otra.
No han pasado quince minutos de
que me dediqué a la lectura cuando de repente y luego de una breve explosión
que hace el mismo sonido que un personaje de Condorito cuando se desmaya, se
corta la electricidad de mi casa. En absoluta oscuridad quedo estático
esperando que todo se acomode nuevamente. Pasan unos segundos y me doy cuenta de
que lo mejor va a ser iluminarme con el celular e ir con precaución hasta el
armario donde están las velas para conseguir algo de luz. Pasan unos segundos
más mientras tomo la energía suficiente para levantarme.
En ese momento, veo cómo logro
distinguir en el medio de la oscuridad el tenue brillo fluorescente del
interruptor de la luz, en la pared y al costado de la puerta. Me resulta gratificante
darme cuenta cómo mi vista empieza a adecuarse a la situación y consigue
hacerme ver ciertos detalles. Lo
siguiente que distingo son los botones del control remoto que también tienen
cierto tinte fosforescente. Giro mi
cabeza en búsqueda de nuevas identificaciones visuales. Mirando hacia la
ventana veo como un pequeño agujerito de la persiana me permite ver cierta
claridad, posiblemente de la luna.
Es ahora cuando recuerdo un
experimento de Beakman por el cual, con una caja bastante grande para introducir
nuestras cabezas, se podía lograr que la imagen del exterior de la misma
pudiese verse claramente mediante un pequeño orificio sobre una de sus caras. La
proyección conseguida es poco nítida y está girada horizontalmente, pero aún
así, fue uno de los experimentos que más recuerdo de dicho programa. Por lo
tanto, miro hacia mi alrededor buscando dónde podría identificar esa
proyección. Agudizo mi vista cerrando los párpados un poco. Los cierro y abro
reiteradamente de forma repentina. Logro divisar algo sobre la pared enfrentada
a la ventana. Es la imagen de mi perro que está lamiendo sus genitales. Se
reconoce algo del jardín. Unas cuantas florcitas y el pasto que está muy alto a
causa de mi desidia. Mi can sigue acicalándose. Su imagen se junta con una
mancha de humedad que ya se puede percibir en la pared. Ahora más que un perro
parece un dragón, escupiendo fuego. El
perro de pronto se incorpora y siento que le habla a un ave que le está dando
vueltas. “Vete de aquí, oh, tú, que tanto mal causaste a los…”. El discurso de
mi mascota se ve interrumpido cuando el pájaro abre sus alas, se prende fuego y
desde dentro de su pequeño cuerpo sale David Copperfield en persona. Hablando
perfecto ruso comienza a tirar polvo mágico sobre el dragón-perro y lo
convierte en una sensual secretaria con un ajustado vestido rojo. Las imágenes
son cada vez más claras, tridimensionales. La secretaria comienza a volar
alrededor de mi cama mientras hace movimientos sugerentes. Ya veo claramente en
medio de la oscuridad. El ropero está bailando junto a un candelabro quien
canta una canción muy alegre. Trato de recordar de dónde pudo haber salido un
candelabro ya que no tengo ninguno en mi casa. Igual disfruto su armoniosa
melodía mientras que algunos piratas que aparecieron por la puerta comienzan a
preguntar por el tesoro. Me sonrío porque me doy cuenta de que son actores
chipriotas. Lo sé por su acento. Tienen muy rico aroma para ser piratas reales.
Deslumbrado por todo lo que podía ver en medio de esa oscuridad, una nube
gigante que había casi pegada al techo toma la forma de un león. Es el propio
Mufasa que me dice “Mira en tu interior, Simba”. Trato de explicarle que no soy
su hijo pero sigue hablando con voz de ultratumba. Quedo fijo mirándolo
esperando una respuesta que nunca llega. Quizá porque ambos nos colgamos a
mirar cómo la secretaria de Copperfield y uno de los piratas se estaban dando
de bomba sobre el escritorio de la computadora. Pajaritos de diversos colores
daban vueltas a su alrededor, al igual que un hipopótamo vestido con calzas a
rayas. Estoy maravillado con todo lo que logro ver. Cuando de repente… vuelve
la luz.
Todo desaparece y ya no puedo ver
nada. Muy molesto me levanto de la cama y me preparo otro té. Esta vez no le pongo
hongos.