Cuenta la
leyenda que en un barrio montevideano, no hace mucho tiempo, venía sucediéndose
algo que escapaba a la normalidad de la vida citadina. Sin ir más lejos, alcanzaba
con preguntarles a vendedores de diversos locales de ropa de Punta Carretas
Shopping, e incluso hay quien dice haberlo presenciado en el Costa Urbana,
mientras compraba todo para un asado dominguero en alguno de los playeros
balnearios.
Afirmaban
haber visto un esqueleto, desorientado, en pena, acongojado y hasta perdido. Un
conjunto de huesos que vagaba por diferentes locales textiles de la capital.
Algunos lo
sostenía con fervor; otros, repetían como gansos. Pero de seguro todos habían
oído de algún amigo de un vecino de un familiar lejano que decía haberlo visto.
Decían que decían, pero finalmente, el hecho sucedió.
Era una fría
tarde otoñal, cuando entre el tumulto de gente que transitaba 18 de julio se lo
vio aparecer. Un esqueleto completo, caminando entre los mortales
montevideanos. Desnudo, pero con bufanda y una hoz en la mano. Frenaba en
cuanto local de ropa encontrara, se acercaba, esperaba que le ofrecieran
atención y preguntaba. En ese momento, la duda se solucionaba, el
cuestionamiento cesaba, las conjeturas eran inútiles… Una única verdad ante los
ojos de los ingenuos vendedores que se acercaban a él.
Dicen que
muchos se cagaron de la risa ante el pedido, otros no entendían qué quería. La
cuestión era simple y directa: buscaba desesperadamente un sobretodo negro, al menos
una capa larga y ancha. Sucedió que en su mortal e infinita labor, su negra
vestimenta había sufrido muchas manchas: sangre, fluidos, café con leche. Por
lo tanto, había optado por darle un buen enjuague a la oscura parca que solía
usar la Muerte. Por desgracia, el lavado con agua caliente había encogido la
prenda y ya le resultaba inutilizable. La Muerte se quería matar.
Por eso era
que vagaba por la ciudad en busca de una vestimenta sustituta.
La respuesta
negativa se hacía frecuente. Se estaba dando por vencida, ya que lo más cercano
que había encontrado fue en una casa de disfraces. No le convenció porque en
verdad, el disfraz de Muerte estaba roto y descolorido y por eso le habían
ofrecido la capa del Zorro. Cabizbaja emprendió la marcha, cuando vio un
conjunto de locales sobre Arenal Grande. Finalmente consiguió la ropa.
Quizá no
fuera lo que buscaba, quizá no haya satisfecho sus necesidades de vestimenta de
forma cabal. Hay quien dice que en los Techitos Verdes consiguió la solución.
En sus últimos trabajos, la Muerte apareció con nuevo look. Ahora viste una
camperita Adidas blanca con vivos violetas, unos chupines nevados, championes
Vans amarillos y celestes y una gorrita
Nike. No se sabe si es flogger, cheto o
plancha, pero de seguro su oscura vestimenta seguirá sonando en el imperecedero
eco de las voces anónimas.