Guille había aceptado la invitación a una escuela para darle una charla
sobre el programa, los libros, la futura película, las versiones para teatro
que estaba pensando, las remeras, los pegotines, los alfajores y algún currito
más que tenía pensado para promocionar su programa. Las malas lenguas decían
que ya estaba bastante embolado de hacer esto pero los réditos económicos
valían el sacrificio. La publicidad había hecho que el décimo séptimo libro que
había editado ya hubiera vendido cinco millones de copia, habiendo caso de
gurises que les habían pedido el libro a cada uno de sus padres separados y
otro ejemplar a cada nueva pareja de los mismos. Las cuentas no cerraban pero
luego de un estudio se descubrió que en realidad algunos papás y algunas mamás
tenían más de una nueva pareja.
Lo importante era que Guille había terminado de contar anécdotas de memoria,
había respondido algunas preguntas predecibles de los infantes y finalmente se
dispuso a contar una historia en exclusividad para esa escuela (y otras
cuarenta y ocho que había visitado previamente).
- … el hecho es que la oscuridad los envolvía con
su magia tenebrosa. Todo estaba en silencio. Martín era el único en esa ruta
desierta. No había ruido alguno que le diera al niño una esperanza de ser encontrado.
En ese momento, a lo lejos, Martín pensó ver lo que podría ser su salvación.
Dos focos se aproximaban hacia él de una forma bastante pausada, aunque a
medida que se acercaban, el paso se aceleraba. Fue a unos metros cuando pudo
divisar que no se trataba de ningún vehículo. Frente a él estaban dos fantasmas
de antiguos niños que nunca habían sido encontrados. El susto se apoderó del
niño, el cual no pudo resistir. Se unió así al par de fantasmas y se fueron
lentamente por la ruta, siendo ahora tres focos. Nunca más supieron de él, sus
padres se…
En ese momento, un niño de lentes sentado en la primera fila lo cortó
mientras estiraba su mano y hacía chascar sus dedos regordetes.
-
Pero, señor, si no había nadie más y nunca se
supo más nada de él, ¿cómo se conoce esta historia? ¿Eh?
Él lo quedó mirando unos segundos, asintió con la cabeza y se acercó al
chiquilín mientras lo miraba fijamente. Le encajó una piña a mano cerrada que
le hizo volar los lentes y alguna que otra pieza dental.
Guillermo se fue sin saludar, se metió en su auto y abrió su laptop.
Abrió un archivo de Word llamado “Los focos de la ruta desierta” y comenzó a
hacerle modificaciones a su contenido. Fue así que se obtuvo el texto que
cerraba el último libro de las voces anónimas.