Finalmente las vacaciones habían llegado. Con mucho
entusiasmo armamos el bolso para irnos a la casita que habíamos alquilado por
internet. El dueño de la casa temía que no llegáramos fácilmente, por lo que nos
mandó un remise hasta nuestro hogar para trasladarnos hasta la que habíamos
señado.
Luego de un ameno viaje, llegamos. Lo que sí había que
reconocer era que las fotos no coincidían del todo con lo que la edificación
realmente era. Para ser sinceros, era mucho más linda. Es más, llegamos a notar
que las imágenes en la web eran viejas, ya que las paredes estaban pintadas recientemente,
algunos pequeños detalles estaban solucionados y se le había instalado un
jacuzzi y varios monitores LED por toda la casa. La heladera, la cocina, la
computadora con acceso a internet y el sistema de aire acondicionado serían
estrenados por nosotros.
El propietario nos esperaba adentro, estaba terminando de
acomodar las batas y las toallas en el baño en suite. Tocamos timbre y se
disculpó con nosotros por habernos engañado con las imágenes que había publicado.
Le dijimos que no era problema y que no se preocupara en seguir con el trabajo
que estaba realizando ya que nosotros habíamos llevado nuestras propias toallas
bordadas con nuestro nombre las cuales dejaríamos antes de retirarnos. Él
insistió en su sentimiento de vergüenza y nos informó que por la falta de
respeto que él estimaba había cometido para con nosotros, nos rebajaría el
costo del alquiler al cincuenta por ciento.
Le dijimos que no era necesario, pero no aceptó un no como respuesta. Nos
dejó un catering completo para nuestro primer día y un Dom Perignon Rose en la heladera. Lo tomamos tranquilamente, ya que sabíamos
que cuando nos fuéramos, íbamos a dejar un surtido bastante completo para el
próximo inquilino o, en su defecto, para que se lo quedara señor de la casa a modo de agradecimiento.
Finalmente cuando nos fuimos nos pudimos vengar: le pagamos
lo que habíamos acordado, pero en la propina le sumamos lo que nos había
descontado más un veinte por ciento más para que se diera cuenta de que en
verdad no lo habíamos tomado a mal (a pesar de que le dijimos que no repitiera esa
conducta con futuros inquilinos).
Eso es lo lindo que tiene alquilarse una casita en Noruega.