martes, 13 de diciembre de 2011

CSI - Revenge

Horatio Caine era un joven estudiante en la Secundaria número 8, José Pedro Varela del condado de Miami Dade, Florida (pronúnciese como si fuera esdrújula, "Flórida"). Con excelentes calificaciones y sus rojos cabellos andaba por el patio del liceo como lo hacía de costumbre: escapando de los bullys que lo agarraban de gil a diario. Ni siquiera podía pasar desapercibido usando los oscuros lentes que su madre le había regalado. Los usaba para que no supieran para qué lado pensaba salir corriendo cuando le vinieran a hacer calzón chino. Es que su excelente escolaridad contrastaba con el trato que le daban sus compañeros, quienes se burlaban de él constantemente por ser pelirrojo. Si había algo que Horatio odiaba era la discriminación. Sabía que ningún color de pelo lo hacía menos persona que el resto de los alumnos, incluso los jugadores de football americano que eran motivos de suspiros de todas las porristas.
Estaba sentado en el campus cavilando cuando se le vino una manera de darle una lección a todos los malcriados que lo tenían de hijo. Pero sabía que tenía que seguir soportando humillaciones y algún que otro insulto periódico. Lo soportaría. Luchar contra la discriminación valía el esfuerzo.
Todos los días escuchaba cosas del estilo "Ya llegó el frasco de ketchup con lentes" o  "Vo, Caine, te está menstruando la cabeza". Esa discriminación lo hacía más fuerte. Lo motivaba a esforzarse todos los días para lograr su cometido de enseñarles que un rasgo físico no podía significar inferioridad, que el color de su pelo no lo hacía menos persona ni por eso merecía menos respeto.
Pasó el tiempo y continuó estudiando. Se recibió e ingresó como 
detective de homicidios en el departamento policíaco de Nueva york. Trabajó años pero nunca olvidó aquellas burlas, e incluso algún que otro compañero policía hacía referencia al rojo de su pelo, lo cual no le caía en gracia. La cara del capitán del equipo de su colegio aparecía ocasionalmente en pesadillas y  le hacía recordar las bromas que sufría. Ese día trabajaba el doble para poder llegar. Hasta que finalmente llegó el ascenso. Debido a su buen desempeño como analista forense y artificiero en Nueva York, le ofrecieron estar a cargo del laboratorio criminalista de Miami Dade. Lo aceptó y volvió a su ciudad de origen. El departamento de CSI era un paso más que importante para vengar los ataques discriminatorios que había sufrido durante la adolescencia. Con un grupo de excelentes profesionales consiguió estar en condiciones de ejecutar el plan.
El
 coreback del equipo aún seguía viviendo y era a la vez el mejor amigo del mariscal de campo y antiguo discriminador del pelo de Horatio.
Una noche, luego de un partido de los Miami Dolphins, ambos se dirigían a sus respectivas casas luego de ver el partido y tomar una cervezas en un bar de la ciudad, cuando el jefe de los CSI apareció frente a ellos. Los miró fijamente y saludó con cara de ojete. Ambos estallaron de alegría y lo saludaron mientras uno con el puño cerrado le raspaba la cabeza y el otro desabrochaba su pantalón para dejarlo en bolas en la calle. Sonrieron, hicieron chistes alusivos a su color de pelo y prometiéndose juntarse para hacerle una morta se despidieron y siguieron su camino. El teniente Caine sonrió de costado mientras se subía el calzoncillo.
Esa noche, ambos aparecieron muertos y quien se tuvo que hacer cargo del crimen no fue otro que el departamento de investigación de la escena del crimen  que dirigía Horatio. Obviamente nunca nadie se enteró que había sido él quien había cortado los frenos de la camioneta de su compañero y quien le había puesto cianuro a la cerveza del otro. Nunca nadie supo que eso había sido obra del mismísimo Horatio Caine, quien así vio vengada la discriminación sufrida. Sonrió. Y se quedó más tranquilo cuando inculpó de su crimen a un compañero de la clase. Lo sentenciaron a la silla eléctrica. No le importó porque nunca le habían caído bien los negros.