domingo, 28 de octubre de 2012

Soy leyenda



Guille había aceptado la invitación a una escuela para darle una charla sobre el programa, los libros, la futura película, las versiones para teatro que estaba pensando, las remeras, los pegotines, los alfajores y algún currito más que tenía pensado para promocionar su programa. Las malas lenguas decían que ya estaba bastante embolado de hacer esto pero los réditos económicos valían el sacrificio. La publicidad había hecho que el décimo séptimo libro que había editado ya hubiera vendido cinco millones de copia, habiendo caso de gurises que les habían pedido el libro a cada uno de sus padres separados y otro ejemplar a cada nueva pareja de los mismos. Las cuentas no cerraban pero luego de un estudio se descubrió que en realidad algunos papás y algunas mamás tenían más de una nueva pareja.
Lo importante era que Guille había terminado de contar anécdotas de memoria, había respondido algunas preguntas predecibles de los infantes y finalmente se dispuso a contar una historia en exclusividad para esa escuela (y otras cuarenta y ocho que había visitado previamente).
-   … el hecho es que la oscuridad los envolvía con su magia tenebrosa. Todo estaba en silencio. Martín era el único en esa ruta desierta. No había ruido alguno que le diera al niño una esperanza de ser encontrado. En ese momento, a lo lejos, Martín pensó ver lo que podría ser su salvación. Dos focos se aproximaban hacia él de una forma bastante pausada, aunque a medida que se acercaban, el paso se aceleraba. Fue a unos metros cuando pudo divisar que no se trataba de ningún vehículo. Frente a él estaban dos fantasmas de antiguos niños que nunca habían sido encontrados. El susto se apoderó del niño, el cual no pudo resistir. Se unió así al par de fantasmas y se fueron lentamente por la ruta, siendo ahora tres focos. Nunca más supieron de él, sus padres se…
En ese momento, un niño de lentes sentado en la primera fila lo cortó mientras estiraba su mano y hacía chascar sus dedos regordetes.
-                     Pero, señor, si no había nadie más y nunca se supo más nada de él, ¿cómo se conoce esta historia? ¿Eh?
Él lo quedó mirando unos segundos, asintió con la cabeza y se acercó al chiquilín mientras lo miraba fijamente. Le encajó una piña a mano cerrada que le hizo volar los lentes y alguna que otra pieza dental.
Guillermo se fue sin saludar, se metió en su auto y abrió su laptop. Abrió un archivo de Word llamado “Los focos de la ruta desierta” y comenzó a hacerle modificaciones a su contenido. Fue así que se obtuvo el texto que cerraba el último libro de las voces anónimas.