viernes, 28 de diciembre de 2012

VEO, VEO...



Es de noche, y cansado decido tirarme a leer algo en mi cuarto. Miro varias posibles lecturas de diversos tipos hasta que finalmente opto por una. Me preparo un té caliente. Prendo la luz de la habitación, acomodo las almohadas y me acuesto con una pierna apoyada sobre la otra.
No han pasado quince minutos de que me dediqué a la lectura cuando de repente y luego de una breve explosión que hace el mismo sonido que un personaje de Condorito cuando se desmaya, se corta la electricidad de mi casa. En absoluta oscuridad quedo estático esperando que todo se acomode nuevamente. Pasan unos segundos y me doy cuenta de que lo mejor va a ser iluminarme con el celular e ir con precaución hasta el armario donde están las velas para conseguir algo de luz. Pasan unos segundos más mientras tomo la energía suficiente para levantarme.
En ese momento, veo cómo logro distinguir en el medio de la oscuridad el tenue brillo fluorescente del interruptor de la luz, en la pared y al costado de la puerta. Me resulta gratificante darme cuenta cómo mi vista empieza a adecuarse a la situación y consigue hacerme ver ciertos detalles.  Lo siguiente que distingo son los botones del control remoto que también tienen cierto tinte fosforescente.  Giro mi cabeza en búsqueda de nuevas identificaciones visuales. Mirando hacia la ventana veo como un pequeño agujerito de la persiana me permite ver cierta claridad, posiblemente de la luna.
Es ahora cuando recuerdo un experimento de Beakman por el cual, con una caja bastante grande para introducir nuestras cabezas, se podía lograr que la imagen del exterior de la misma pudiese verse claramente mediante un pequeño orificio sobre una de sus caras. La proyección conseguida es poco nítida y está girada horizontalmente, pero aún así, fue uno de los experimentos que más recuerdo de dicho programa. Por lo tanto, miro hacia mi alrededor buscando dónde podría identificar esa proyección. Agudizo mi vista cerrando los párpados un poco. Los cierro y abro reiteradamente de forma repentina. Logro divisar algo sobre la pared enfrentada a la ventana. Es la imagen de mi perro que está lamiendo sus genitales. Se reconoce algo del jardín. Unas cuantas florcitas y el pasto que está muy alto a causa de mi desidia. Mi can sigue acicalándose. Su imagen se junta con una mancha de humedad que ya se puede percibir en la pared. Ahora más que un perro parece un dragón, escupiendo fuego.  El perro de pronto se incorpora y siento que le habla a un ave que le está dando vueltas. “Vete de aquí, oh, tú, que tanto mal causaste a los…”. El discurso de mi mascota se ve interrumpido cuando el pájaro abre sus alas, se prende fuego y desde dentro de su pequeño cuerpo sale David Copperfield en persona. Hablando perfecto ruso comienza a tirar polvo mágico sobre el dragón-perro y lo convierte en una sensual secretaria con un ajustado vestido rojo. Las imágenes son cada vez más claras, tridimensionales. La secretaria comienza a volar alrededor de mi cama mientras hace movimientos sugerentes. Ya veo claramente en medio de la oscuridad. El ropero está bailando junto a un candelabro quien canta una canción muy alegre. Trato de recordar de dónde pudo haber salido un candelabro ya que no tengo ninguno en mi casa. Igual disfruto su armoniosa melodía mientras que algunos piratas que aparecieron por la puerta comienzan a preguntar por el tesoro. Me sonrío porque me doy cuenta de que son actores chipriotas. Lo sé por su acento. Tienen muy rico aroma para ser piratas reales. Deslumbrado por todo lo que podía ver en medio de esa oscuridad, una nube gigante que había casi pegada al techo toma la forma de un león. Es el propio Mufasa que me dice “Mira en tu interior, Simba”. Trato de explicarle que no soy su hijo pero sigue hablando con voz de ultratumba. Quedo fijo mirándolo esperando una respuesta que nunca llega. Quizá porque ambos nos colgamos a mirar cómo la secretaria de Copperfield y uno de los piratas se estaban dando de bomba sobre el escritorio de la computadora. Pajaritos de diversos colores daban vueltas a su alrededor, al igual que un hipopótamo vestido con calzas a rayas. Estoy maravillado con todo lo que logro ver. Cuando de repente… vuelve la luz.
Todo desaparece y ya no puedo ver nada. Muy molesto me levanto de la cama y me preparo otro té. Esta vez no le pongo hongos.

domingo, 28 de octubre de 2012

Soy leyenda



Guille había aceptado la invitación a una escuela para darle una charla sobre el programa, los libros, la futura película, las versiones para teatro que estaba pensando, las remeras, los pegotines, los alfajores y algún currito más que tenía pensado para promocionar su programa. Las malas lenguas decían que ya estaba bastante embolado de hacer esto pero los réditos económicos valían el sacrificio. La publicidad había hecho que el décimo séptimo libro que había editado ya hubiera vendido cinco millones de copia, habiendo caso de gurises que les habían pedido el libro a cada uno de sus padres separados y otro ejemplar a cada nueva pareja de los mismos. Las cuentas no cerraban pero luego de un estudio se descubrió que en realidad algunos papás y algunas mamás tenían más de una nueva pareja.
Lo importante era que Guille había terminado de contar anécdotas de memoria, había respondido algunas preguntas predecibles de los infantes y finalmente se dispuso a contar una historia en exclusividad para esa escuela (y otras cuarenta y ocho que había visitado previamente).
-   … el hecho es que la oscuridad los envolvía con su magia tenebrosa. Todo estaba en silencio. Martín era el único en esa ruta desierta. No había ruido alguno que le diera al niño una esperanza de ser encontrado. En ese momento, a lo lejos, Martín pensó ver lo que podría ser su salvación. Dos focos se aproximaban hacia él de una forma bastante pausada, aunque a medida que se acercaban, el paso se aceleraba. Fue a unos metros cuando pudo divisar que no se trataba de ningún vehículo. Frente a él estaban dos fantasmas de antiguos niños que nunca habían sido encontrados. El susto se apoderó del niño, el cual no pudo resistir. Se unió así al par de fantasmas y se fueron lentamente por la ruta, siendo ahora tres focos. Nunca más supieron de él, sus padres se…
En ese momento, un niño de lentes sentado en la primera fila lo cortó mientras estiraba su mano y hacía chascar sus dedos regordetes.
-                     Pero, señor, si no había nadie más y nunca se supo más nada de él, ¿cómo se conoce esta historia? ¿Eh?
Él lo quedó mirando unos segundos, asintió con la cabeza y se acercó al chiquilín mientras lo miraba fijamente. Le encajó una piña a mano cerrada que le hizo volar los lentes y alguna que otra pieza dental.
Guillermo se fue sin saludar, se metió en su auto y abrió su laptop. Abrió un archivo de Word llamado “Los focos de la ruta desierta” y comenzó a hacerle modificaciones a su contenido. Fue así que se obtuvo el texto que cerraba el último libro de las voces anónimas.

martes, 31 de julio de 2012

Cuestión de actitud



Cuenta la leyenda que en un barrio montevideano, no hace mucho tiempo, venía sucediéndose algo que escapaba a la normalidad de la vida citadina. Sin ir más lejos, alcanzaba con preguntarles a vendedores de diversos locales de ropa de Punta Carretas Shopping, e incluso hay quien dice haberlo presenciado en el Costa Urbana, mientras compraba todo para un asado dominguero en alguno de los playeros balnearios.
Afirmaban haber visto un esqueleto, desorientado, en pena, acongojado y hasta perdido. Un conjunto de huesos que vagaba por diferentes locales textiles de la capital.
Algunos lo sostenía con fervor; otros, repetían como gansos. Pero de seguro todos habían oído de algún amigo de un vecino de un familiar lejano que decía haberlo visto. Decían que decían, pero finalmente, el hecho sucedió.
Era una fría tarde otoñal, cuando entre el tumulto de gente que transitaba 18 de julio se lo vio aparecer. Un esqueleto completo, caminando entre los mortales montevideanos. Desnudo, pero con bufanda y una hoz en la mano. Frenaba en cuanto local de ropa encontrara, se acercaba, esperaba que le ofrecieran atención y preguntaba. En ese momento, la duda se solucionaba, el cuestionamiento cesaba, las conjeturas eran inútiles… Una única verdad ante los ojos de los ingenuos vendedores que se acercaban a él.
Dicen que muchos se cagaron de la risa ante el pedido, otros no entendían qué quería. La cuestión era simple y directa: buscaba desesperadamente un sobretodo negro, al menos una capa larga y ancha. Sucedió que en su mortal e infinita labor, su negra vestimenta había sufrido muchas manchas: sangre, fluidos, café con leche. Por lo tanto, había optado por darle un buen enjuague a la oscura parca que solía usar la Muerte. Por desgracia, el lavado con agua caliente había encogido la prenda y ya le resultaba inutilizable. La Muerte se quería matar.
Por eso era que vagaba por la ciudad en busca de una vestimenta sustituta.
La respuesta negativa se hacía frecuente. Se estaba dando por vencida, ya que lo más cercano que había encontrado fue en una casa de disfraces. No le convenció porque en verdad, el disfraz de Muerte estaba roto y descolorido y por eso le habían ofrecido la capa del Zorro. Cabizbaja emprendió la marcha, cuando vio un conjunto de locales sobre Arenal Grande. Finalmente consiguió la ropa.
Quizá no fuera lo que buscaba, quizá no haya satisfecho sus necesidades de vestimenta de forma cabal. Hay quien dice que en los Techitos Verdes consiguió la solución. En sus últimos trabajos, la Muerte apareció con nuevo look. Ahora viste una camperita Adidas blanca con vivos violetas, unos chupines nevados, championes Vans amarillos y celestes  y una gorrita Nike.  No se sabe si es flogger, cheto o plancha, pero de seguro su oscura vestimenta seguirá sonando en el imperecedero eco de las voces anónimas.

jueves, 29 de marzo de 2012

Y TE DUERMES


“¡Pimentón!” gritó y salió corriendo al estante donde estaban los condimentos.  Por fin había encontrado cuál era el último ingrediente para completar la fórmula.
Escribió en su diario:
“Querido diario, hoy, finalmente, lo logré. Después de tantas noches sin dormir, de intentos fallidos y de una torta de guita, descubrí la fórmula para la pastilla del sueño. ¡Estoy chocho!”
Efectivamente había conseguido crear una pastilla que produjera sueño instantáneamente. Sólo había que ingerir uno de los comprimidos y decir la frase correcta. Debía comenzar con el verbo “dormir”. Pero esto no era todo. Con sólo decir la cantidad de tiempo que se quisiera caer en las redes oníricas, alcanzaba para que el sueño se extendiera por el lapso deseado.
Puso una pastilla en su mano izquierda. Se la llevó a la boca y se la tragó con un poco de agua. Se sentó cómodamente en su sillón, miró la hora (17:43) y pronunció lenta y correctamente la frase “dormir noventa minutos”. Acto seguido cayó en un profundo sueño.
Con un chorrito de baba y un poco de dolor en el cuello torcido, sus ojos se abrieron paulatinamente.  Cuando luego de unos segundos reaccionó, giró su cabeza y miró la hora. Efectivamente eran las 19:13. La prueba había sido un éxito.
Pensó todas las posibilidades que se abrirían. Sabía que con este descubrimiento se maximizarían las horas de descanso, se evitarían las llegadas tardes y lo más importante: las personas podrían controlar su descanso de manera tal que pudieran ser más efectivos y eficaces en sus quehaceres diarios.  Luego pensó en los beneficios económicos que le traería. En la fama mundial que esto le generaría. Era feliz realmente.
Así pasó algunas horas. Mientras disfrutaba, terminó de pasar en limpio algunos datos y ordenaba en su cabeza los pasos a seguir a partir del día siguiente. Sabía que tenía que comenzar cuanto antes, pero para eso debería estar descansado. Calculó a qué hora le convenía despertarse, se puso el pijama y se fue a la cama con un té y una pastilla.
La tomó y hasta le pareció más dulce (es que dentro de sus componentes había una pequeña dosis de dulce de leche). Se acomodó en su cama y… Ahí fue cuando recordó a su ex esposa, la cual lo había dejado por el abandono que sentía cuando su marido se perdía durante días en el laboratorio. Agarró su celular y marcó el número. Se sonrió mientras daba el tono. Luego del cuarto timbre atendió.
Le contó con lujo de detalles el descubrimiento que le había costado tanto tiempo. Le refregó el dinero que iba a ganar y el cual ya no se vería obligado en compartir con ella. De algún modo le echó en cara su falta de apoyo y la trató mal por haberse ido con el muchacho del delivery.
Ella le habló por un tiempo hasta que él la cortó:
- ¡No seas mala leche! Es casi imposible que algo salga mal. No hay posibilidades de que alguien vaya a dormir para siempre.
El hombre cerró sus ojos y del otro lado se escuchó la risa de su ex.

lunes, 5 de marzo de 2012

Ideas

"Entra el gurí, peinado como punk, y dice "¡Fiesta!" mientras se ata los cordones. Ahí es donde un elefante con manchas rosadas aparece y montándolo, un mono con lentes de sol. El niño lo mira, se le acerca, lo acaricia y el mono hace cara de resignación. En eso, por la puerta del otro lado, cantidad de ciclistas pasan por la misma mientras algunos chocan y otros caen. Estaría bueno que uno de ellos estuviera disfrazado de Barney. Todo esto no puede hacer perder de vista al travesti que recita un pasaje de Otello. El mono, a todo esto, ya consiguió una botella y la está repartiendo entre el niño-punk, el travesti recitador, los ciclistas que están en pie, el Barney y el elefante. Ya quedando pocos segundos, entra Dani Umpi con una banda presidencial y grita "¡Qué está pasando acá!". Ahh tiene puestas chancletas con medias. Y de atrás, con una sonrisa sutil y con la polera, el actor le dice "Y pensar que me habían dicho...". Ahí sube la música, todos bailan felices, aparece el logo con la marca, la voz del locutor y listo."

Todos los miembros de la agencia de publicidad se pararon a aplaudir y así surgió una nueva publicidad de Grappamiel.

miércoles, 22 de febrero de 2012

Comienzos...

Luisito llegó a su casa después del cole. Se puso sus zapatillas favoritas, comió facturas y le pidió a su madre que le preparara la leche. Ésta escuchó la solicitud de su hijo y se dispuso a preparársela.
A los pocos minutos, una rica taza de chocolatada estaba sobre la mesa. Luisito fue a tomarla y en el apuro por irse a jugar con los otros chicos que lo esperaban ya sin guardapolvos, se llevó la taza a la boca sin darse cuenta de que la leche estaba muy caliente. Fue así que comenzó una serie de insultos para con su madre. Ella le contestó y lo puso en penitencia por la falta de respeto cometida segundos antes.
El joven Ventura llamó a su abogado desde el cuarto y consiguió un bozal legal para que la madre no pudiera volver a referirse sobre él en público. A la vieja, pocos días después, le llegó la carta documento.