martes, 31 de julio de 2012

Cuestión de actitud



Cuenta la leyenda que en un barrio montevideano, no hace mucho tiempo, venía sucediéndose algo que escapaba a la normalidad de la vida citadina. Sin ir más lejos, alcanzaba con preguntarles a vendedores de diversos locales de ropa de Punta Carretas Shopping, e incluso hay quien dice haberlo presenciado en el Costa Urbana, mientras compraba todo para un asado dominguero en alguno de los playeros balnearios.
Afirmaban haber visto un esqueleto, desorientado, en pena, acongojado y hasta perdido. Un conjunto de huesos que vagaba por diferentes locales textiles de la capital.
Algunos lo sostenía con fervor; otros, repetían como gansos. Pero de seguro todos habían oído de algún amigo de un vecino de un familiar lejano que decía haberlo visto. Decían que decían, pero finalmente, el hecho sucedió.
Era una fría tarde otoñal, cuando entre el tumulto de gente que transitaba 18 de julio se lo vio aparecer. Un esqueleto completo, caminando entre los mortales montevideanos. Desnudo, pero con bufanda y una hoz en la mano. Frenaba en cuanto local de ropa encontrara, se acercaba, esperaba que le ofrecieran atención y preguntaba. En ese momento, la duda se solucionaba, el cuestionamiento cesaba, las conjeturas eran inútiles… Una única verdad ante los ojos de los ingenuos vendedores que se acercaban a él.
Dicen que muchos se cagaron de la risa ante el pedido, otros no entendían qué quería. La cuestión era simple y directa: buscaba desesperadamente un sobretodo negro, al menos una capa larga y ancha. Sucedió que en su mortal e infinita labor, su negra vestimenta había sufrido muchas manchas: sangre, fluidos, café con leche. Por lo tanto, había optado por darle un buen enjuague a la oscura parca que solía usar la Muerte. Por desgracia, el lavado con agua caliente había encogido la prenda y ya le resultaba inutilizable. La Muerte se quería matar.
Por eso era que vagaba por la ciudad en busca de una vestimenta sustituta.
La respuesta negativa se hacía frecuente. Se estaba dando por vencida, ya que lo más cercano que había encontrado fue en una casa de disfraces. No le convenció porque en verdad, el disfraz de Muerte estaba roto y descolorido y por eso le habían ofrecido la capa del Zorro. Cabizbaja emprendió la marcha, cuando vio un conjunto de locales sobre Arenal Grande. Finalmente consiguió la ropa.
Quizá no fuera lo que buscaba, quizá no haya satisfecho sus necesidades de vestimenta de forma cabal. Hay quien dice que en los Techitos Verdes consiguió la solución. En sus últimos trabajos, la Muerte apareció con nuevo look. Ahora viste una camperita Adidas blanca con vivos violetas, unos chupines nevados, championes Vans amarillos y celestes  y una gorrita Nike.  No se sabe si es flogger, cheto o plancha, pero de seguro su oscura vestimenta seguirá sonando en el imperecedero eco de las voces anónimas.