miércoles, 27 de enero de 2016

Maten chef


El conductor del programa de gastronomía más importante del país daba la bienvenida al último bloque del programa en el cual decidirían quién abandonaría el show. Los candidatos a irse eran un muchacho delgadito y de lentes grandes que estaba a punto de llorar por causa de la ansiedad y los nervios, y por el otro lado, una muchacha con mirada desafiante que se mantenía de brazos cruzados sobre el delantal negro.

El clima era tenso y el aire podía cortarse con un cuchillo, obviamente de esos que promocionaban el programa y que prometían cortar todo lo que se cruzase por el camino.
El trío que conformaba el jurado estaba dividido. A la jueza con cara de pedante le había fascinado el plato de uno y no le convencía el de la otra. Al juez vestido de frac con un peinado digno de un artista juvenil de pop adolescente, a pesar de que ya había superado los setenta años, no le había agradado tanto el primero, pero el de la segunda le había hecho acordar a la comida que le hacía su mamá cuando era niño y  eso lo había cautivado. Todo se resumía a la decisión del último de los miembros del jurado.
Este, un hombre corpulento, con un abdomen abultado y cara de pocos amigos, se acercó y probó un bocado del plato del joven. En un español que apenas podía entenderse debido al acento francés mezclado, le dijo que no era lo peor que había comido ya que una vez había probado carne podrida de caballo con vómito de chancho, y que por eso quedaba en un segundo puesto de las cosas más repugnantes.
Con un tenedor de bronce y detalles en oro, se aproximó a degustar el segundo plato. Mirando fijamente a la muchacha que en ese momento ya no podía mantener su personaje y se encontraba cagada hasta las patas, separó un pedacito de lo presentado en el plato. Antes de llegar a introducírselo en la boca, lo olió y lo puso nuevamente sobre la mesa. Se bajó los pantalones y el calzoncillo y se puso en cuclillas. Empezó a evacuar un líquido marrón con pedacitos de diferentes texturas y colores, demostrando un avanzado estado de malestar gastrointestinal, el cual hizo desmayar a uno de los productores. Agarró una de las servilletas y levantó parte de lo que estaba en el piso. Lo puso frente a la muchacha que estaba respirando por la boca y le dijo que si le daban a elegir comer entre eso y lo que ella había hecho, no le cabían dudas: lo de la "segvilleta". Volvió al medio de los otros dos jueces y deliberaron.
El conductor se comía las uñas con un poco de salsa caruso que había sobrado del plato que había preparado otro de los participantes. En un momento, los tres miembros tomaron sus puestos y el más severo de ellos dio el veredicto:
- Entre las pogquerías que nos diegon a probag, hay una pequeña diferencia. Una le acegtó a la cantidad de sal. Pog eso, y solo pog eso, ganó el pedazo de hijo de puta de lentes que hizo esa miegda incomible. La otra yegua se va a teneg que ir a changar porque la gastronomía no es paga ella. No se entiendé cómo carajos llegaste hasta acá con esa basura que has hecho hasta el momento.
La muchacha se largó a llorar y le agradeció por su gentil devolución y todo lo que había aprendido durante su paso por la academia culinaria.
Voz en off que anuncia las escenas del próximo programa. Saludo del conductor. Créditos.

Ya en el camarín, el juez francés tomó su teléfono celular y en perfecto castellano encargó una figazza y dos fainá. Uno de los empleados le preguntó si la figazza y la fugazzeta eran lo mismo. Entre risas se escuchó la respuesta: "¡Yo qué sé, boludo!, en mi puta vida cociné un carajo".

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