miércoles, 25 de mayo de 2011

CREER O REVENTAR


Osama no salía de su asombro. En realidad no entendía cómo el mundo aún seguía creyendo que lo habían logrado encontrar; y como si fuera poco, que lo hubieran hecho ver crecer el pasto desde abajo. Ojeaba la CNN (cadena que ya no miraba tanto desde que no veía a Jorge Gestoso en ella) y se reía viendo a miles de norteamericanos festejar su supuesta muerte. Le dio mucha gracia y optó por ir a buscar un periódico para ver qué decía y de paso comprar algo para comer porque le estaba picando el hambre. Salió por la puerta (tan tranquilo estaba que la tenía abierta de par en par) y sin cerrar fue al Al Majudtah (algo así como un Géant de Pakistán) de Abalujah Mahmedeta Agdestad Masufalleh, más conocido como el Turco.
El local tenía sus puertas abiertas desde hacía muchas horas y en él se encontraban decenas de personas que habían salido a conseguir víveres por si las fuerzas de Al Qaeda decidían saciar su sed de venganza por el asesinato de su líder, con los habitantes civiles del pueblo. Bin Laden no entendía cómo podía todo el mundo creer que ya no estuviese entre los mortales. Se rio y caminó hacia la fiambrería. Quiso conseguir doscientos de queso sanguchero cortado fino y cuarto de lionesa primavera, su favorita. El tumulto de gente no le permitió hacer contacto con la encargada de la sección, pero sí alcanzó divisar a alguien conocido en la cola de personas: Michael Jackson.
No llegó a tomar el número para que lo atendieran en la fiambrería y salió a paso ligero hacia donde se encontraba el rey del pop. Lo miró boquiabierto. Mantuvo el aliento. No podía creerlo. Él sabía lo seguro que era esa ciudad para escapar del acoso de la gente. Como un adolescente, le tocó el hombro al cantante y le dijo:
-                     Michael, no lo puedo creer. Tengo todos tus discos. Soy tu fan número uno. Pero decime una cosita, ¿vos no estabas muerto?
-                     Sabés que te iba a preguntar lo mismo cuando te vi entrando al supermercado – respondió Jackson mientras miraba con ojos cariñosos a un gurí de siete años que compraba un alfajor.
-                     ¡No! No me digas que vos también caíste en esa. Es una movida de prensa lo mío. Cosa de que no me jodan más y de paso le doy un golpecito de popularidad al negro. Y contame, lo tuyo a qué se debe – indagó Bin Laden.
-                     Y, viste cómo es… La guita se me fue y quedé con muchas cuentas. Me metí hasta las bolas en esto del cambio de color – contestó Michael mientras se bajaba los pantalones para mostrarles que efectivamente, hasta sus bolas eran blancas.
-                     Entiendo… -murmuró Osama mientras vichaba el tamaño del miembro viril del artista.
Como dos conocidos se quedaron hablando de varias cosas. Contaban la noche que Michael hizo explotar el Madison Square Garden y Bin Laden se jactó de haber hecho explotar otros edificios. De repente, ambos quedaron sorprendidos al ver entrar a un gordo con jopo, vestido con pantalones óxford y chaqueta de cuero. La duda se hizo presente: ¿sería un imitador o sería el verdadero?
Ambos caminaron lentamente, mientras examinaban a la distancia al recién llegado. A medida que se acercaban lo fueron corroborando: era el mismísimo Elvis Presley, en persona ¡y vivo! No lo podían creer y se hicieron presentes ante el mito del rock. Elvis también se sorprendió al verlos y dejó escapar un “¡carajo!” con la boca medio torcida. Es sabido que siempre se había dicho que en realidad Presley no había muerto, pero ahora lo tenían claro. Estaba vivo, tan vivo como ellos dos.
Empezaron a intercambiar experiencias, y comenzaron a reírse de lo ingenuo que había resultado el público mundial al creer tan fácilmente y sin mayores cuestionamientos las supuestas muertes de seres tan importantes. Todo era chiste, risa y alegría hasta que se sumó un cuarto integrante a la conversación. Con cara de quien da malas noticias, Bruce Willis los miró a los tres y les dijo: “Muchachos, tengo algo para contarles…”

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